Ponemos en marcha un nuevo proyecto. Bodegas Briego reinventa el enoturismo tras la plantación de encinas micorrizadas que permiten buscar trufas con un perro adiestrado.
Raida corre de un lado a otro con el hocico bien pegado a la tierra pobre y pedregosa. De pronto se acerca a una encina, aprieta el hocico en un punto concreto y comienza a escarbar. Ha encontrado una trufa, y Manolo Hernando Rojo le ordena que pare, se agacha y saca el oro negro con la ayuda de un puñal trufero. Es el mes de febrero. El trufero acaba de llegar de Madrid, donde da clase de jardinería, acompañado de su labrador. Ha sido Manolo el que ha metido en el cuerpo el gusanillo de las encinas micorrizadas a los hermanos Gaspar, Fernando y Javier Benito Hernando. Primero las plantó el profesor en el cercano pueblo segoviano de Aldeasoña; después, ayudó a sus primos a plantar 6,5 hectáreas de encinas en suelo muy calizo y con mucha acidez, «el mejor para este apreciado fruto negro». Cuenta con cerca de 2.000 encinas micorrizadas, es decir, infectadas con el hongo. El encinar rodea por un lado las nuevas instalaciones de Bodegas Briego, en las que los hermanos Benito Hernando han invertido alrededor de tres millones y medio de euros.
Hacer visitas guiadas por la bodega y el viñedo, buscar trufas entre encinas y comer dos huevos fritos trufados en plena Ribera del Duero. Esa es la nueva oferta enoturística que prepara Bodegas Briego para la próxima temporada trufera, que normalmente se extiende entre los meses de noviembre y marzo, aunque todo depende de las lluvias y del frío. Estamos en Fompedraza, el ultimo pueblo de la Ribera del Duero vallisoletana, en dirección a la Autovía de Pinares.